8 de septiembre, Navidad de Nuestra Señora


Hoy día 8 de Septiembre, la Iglesia celebra la fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María. Esta celebración está íntimamente ligada a la de Su Inmaculada Concepción, que tiene lugar nueve meses antes, el 8 de diciembre. Esta fecha responde a una tradición piadosa basada en las reflexiones teológicas de santos como San Epifanio, San Juan Macasceno, San Anselmo, San Germán de Constantinopla o San Eutimio. Así mismo, los datos aportados por los evangelios apócrifos son determinantes en la consolidación de esta tradición.  

A pesar de que estos textos no son oficiales ni están reconocidos como parte de la Revelación por la Iglesia, sí aportan a la Tradición determinados detalles de la vida de Jesús y de la Virgen María que, por voluntad divina, se omiten en los Evangelios canónicos. El nombre de los padres de la Virgen, Joaquín y Ana son, por ejemplo, uno de tantos datos que recogen estos textos que también afirman que el linaje de la Madre de Dios es de sangre real, como miembros de la estipe de David. A lo largo de los siglos, los teólogos han indagado en las especiales circunstancias de la Concepción y Nacimiento de la Virgen María. Lo que la Iglesia sí defiende como dogma es que el saludo del Ángel «llena de gracia» afirma con plenitud que María nació provista de todas las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo; carente de pecado original por Su Inmaculada Concepción y, por tanto, llena de tanta gracia que ni los ángeles, ni ningún santo llegó a poseer por estar en dependencia del amor a Dios y unión con Él. 

El lugar del nacimiento de la Virgen María también es una incógnita. Los Santos Padres se inclinaban por Jerusalén, por aquello de que es la Ciudad del Templo. En otra línea, algunos sitúan este acontecimiento en Nazaret, el lugar de la Anunciación, donde vivió. Alguno habló de Séforis, ciudad de cultura griega muy cercana a Nazaret. 

Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.

De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.

No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.



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