Domingo de Pentecostés
De los Hechos de los Apóstoles:
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran.
Solemnidad de Pentecostés.
La palabra "Pentecostés" proviene del griego πεντηκοστή (pentecoste) y significa "quincuagésimo", en referencia a los cincuenta días transcurridos tras la Pascua de Resurrección. De este modo, la Iglesia celebra en la Solemnidad de Pentecostés el momento en el que el Espíritu Santo se derramó sobre el Colegio Apostólico, cumpliéndose así la promesa de Cristo de que el Padre enviaría al Paráclito para guiarlos en la misión evangelizadora. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. La liturgia incluye la secuencia medieval Veni, Sancte Spiritus.
Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de san Ireneo, Tertuliano y Orígenes, a fines del siglo II y principios del siglo III. Ya en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en Hispania, se festejaba el último día de la cincuentena pascual por lo que esta cincuentena está íntimamente unida a la «memoria» de Pentecostés, en la que la Iglesia Católica celebra su manifestación al mundo y su consagración a la misión evangelizadora. La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia y contiene una rica profundidad de significado. De esta forma lo resumió Su Santidad Benedicto XVI el 27 de mayo del 2012:
“Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo”.
El himno Veni Creator Spiritus.
Este himno del siglo XIII, atribuido a Rabano Mauro, se canta en las vísperas de la Solemnidad de Pentecostés. Además, se suele interpretar al comienzo de ciertos actos en los que se quiere invocar al Espíritu Santo de modo solemne; durante el rito de la ordenación de los presbíteros, en el momento de la imposición de las manos por parte del obispo y antes de la oración consagratoria o el la toma de hábito en ciertas órdenes mendicantes. Antes del Concilio Vaticano II, la primera estrofa se cantaba de rodillas (incluido el obispo) y, mientras el coro continuaba con la segunda, el obispo se levantaba para ungir las manos.
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