Devoto ejercicio del Viacrucis




Devoto ejercicio del
VIA+CRUCIS

meditado ante la Sagrada Efigie de Nuestro Padre Jesús del
ECCE-HOMO 
que se venera en la Iglesia de la Conversión de San Pablo de Cádiz


Ritos iniciales

V/. + Por la señal de la santa cruz +  de nuestros enemigos + líbranos, Señor, Dios nuestro  +  En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
R/. Amén.

Acto de contrición

       Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero; Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quién sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de Vuestra Divina Gracia,  propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén.

Oración

V/. Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra Redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu Pasión, Muerte y Resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R/. Amén.


Primera estación
Jesús condenado a muerte

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Con las manos atadas, como un criminal, Jesús que es la inocencia y la santidad misma, está ante el infame juez que pronuncia la sentencia.
      
       Jesús, fuente de vida, es condenado a muerte. El Hijo de Dios, Juez supremo de vivos y muertos, escucha su condena de labios del hombre pecador. Ante tamaña monstruosidad tiemblan los cielos y se estremece la tierra... Y ¿es posible que el alma cristiana permanezca indiferente? ¿Qué hacer por un Dios que muere por nuestro amor? ¿Cómo podemos pagar un amor tan grande y excesivo? ¡Nuestra ingratitud es la sentencia con la que cada día le condenamos de nuevo a muerte!

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

Segunda estación
Jesús sale con la cruz a cuestas

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Sobre las espaldas llagadas, sobre aquellos hombros doloridos y rasgados, colocan sin compasión el pesado madero de la Cruz.

       Imagínate, alma mía, que ves a Jesucristo andar por la Vía Dolorosa, como va la oveja al matadero; así es conducido a la muerte Nuestro Redentor. Ha perdido tanta sangre en los anteriores tormentos y está tan acabado, que la natural flaqueza apenas le permite tenerse en pie.

       Mírale cubierto de heridas, con el haz de espinas sobre ella cabeza, con el pesado madero sobre los hombros llagados y con un verdugo que le tira de una cuerda atada al cuello. ¡Oh Jesús mío! en esa cruz están todos nuestros pescados y ellos son los que os hieren y lastiman.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

Tercera estación
Jesús cae por primera vez

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Jesús, rendido por el cansancio y los terribles dolores que el peso de la cruz le causa en las heridas del hombro y espaldas, apenas puede andar. El verdugo le tira de la soga que lleva al cuello, tropieza, pierde el equilibrio y el Salvador del mundo cae al suelo.

       ¡Oh almas cristianas! Contemplad sobre el polvo a vuestro Redentor y reconoced que son vuestros pecados los únicos culpables de haberlo reducido a ese estado. Aquel que sostiene con un solo dedo toda la máquina del mundo, miradlo arrastrándose por el suelo como si fuera un gusano inmundo... Gusano soy y no hombre –nos dice el Profeta- el oprobio de los hombres y el desecho de la plebe (Sal.21,7).

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Cuarta estación
Jesús se encuentra con su Santísima Madre

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       La Virgen Santísima sabía por las Escrituras la clase de muerte que debía sufrir su amantísimo Hijo, y ese conocimiento fue la espada de dolor que le predijo Simeón atravesaría su alma purísima (Lc.2, 35), espada que llevó clavada en el corazón durante toda su vida. Pero en aquel momento en que oyó que los inicuos jueces lo habían condenado y que lo llevaban a crucificar al Calvario ¿quién podrá expresar lo que sintió en su corazón? ¿Quién será capaz de comprender lo que sintió en lo más profundo del alma cuando instantes después lo encuentra bajo la cruz en el camino del Calvario?

       ¡Oh Virgen dulcísima! ¡Oh Madre amantísima! Nuestros pecados acrecientan aún más, si cabe, el profundísimo dolor de vuestro Inmaculado Corazón. Me pesa de haberos causando tanto sufrimiento.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Quinta estación
Simón Cirineo le ayuda a llevar la cruz

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       A Jesús le habían condenado a que llevase Él mismo la cruz, pero en mitad del camino le ven tan exhausto que los esbirros creen que si no le ayudan a llevarla, se les morirá por el camino. Entre los espectadores ven a un tal Simón de Cirene que venía de los trabajos del campo y le obligan a cargar con la cruz. No le ayudan por compasión, sino por el ansia que tenían de verle crucificado.

       ¡Oh Simón Cirineo, cómo quisiera haberme hallado en tu lugar! ¡Oh Jesús mío! Dispón la cruz que quieras sobre nuestros hombros y, a imagen del Cirineo, haznos cargarla con tal de que al fin consigamos amarla y abrazarla voluntariamente, a imitación de tu amor.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Sexta estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Jesús carado con la cruz no puede impedir que le roce en la corona de espinas y que éstas le causen terribles dolores en la cabeza. La sangre le corre por el rostro y hasta se le mete en los ojos. Al mismo tiempo, el sudor y el polvo del camino le han puesto que da compasión. Es tradición que una valiente mujer, conocida desde entonces como la Verónica, viéndole en aquel estado se conmovió y acercándose con suma reverencia, limpió con su pañuelo el rostro del Salvador. Jesús le devolvió el favor imprimiendo en él su imagen.

       ¡Oh Jesús mío, amor de mi alma! ¿No sois Vos la hermosura de los cielos? ¿No es acaso la contemplación de tu Rostro la mayor gloria de los santos? ¿Pues cómo os han afeado tanto nuestros pecados que se estremece el alma al contemplaros?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Séptima estación
Jesús cae por segunda vez

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Jesús está tan debilitado que apenas puede tenerse en pie. Los sayones se mofan de Él y le insultan para que camine; pero Jesús extenuado, tropieza y cae en tierra por segunda vez entre las risotadas y burlas de los judíos y soldados... Al caer en tierra, la cruz roza fuertemente sobre la corona de espinas, causándole indecibles dolores... ¡Oh Jesús mío! ¿No sois Vos el Omnipotente? ¿Pues quién os ha reducido a este estado? Nadie más que el excesivo amor que nos tenéis es el que os ha llevado a este extremo; pues si todo un Dios me ama de esa manera ¿qué debiera hacer yo para corresponder a su amor? ¡Oh, ángeles del cielo! ¿qué decís al ver todo lo que Dios sobre por nosotros y lo poco que aguantamos por Él?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Octava estación
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Nos dice san Lucas que seguían a Jesús una gran muchedumbre de pueblo y de mujeres que se golpeaban el pecho y lloraban. Volviéndose hacia ellas, Jesús les dijo; “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”.

       Las mujeres lloraban... ¡Oh, Jesús! ¿Y qué corazón más duro que las piedras no se conmoviera y llorara si os viera en aquel lamentable estado? Aquellas mujeres lloraban, aún creyéndoos culpable, como dice San Ligorio; porque vuestro estado era tan que aunque fueseis un criminal erais digno de compasión. Pues si ellas lloraban creyéndoos un criminal ¿cómo es que no lloro yo que sé que sois la misma inocencia y santidad? ¡Oh, Jesús mío! Dadnos lágrimas para llorar nuestras culpas porque son las causantes de todo vuestro dolor.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Novena estación
Jesús cae en tierra por tercera vez

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Cuando ya faltaban pocos metros para llegar al lugar de la crucifixión, Jesús está tan fatigado que ya no puede más. Los verdugos que estaban ansiosos de verlo cuanto antes colgado de la cruz, le insultan, le empujan y le llenan de improperios para que camine, pero el Señor, exhausto y desfallecido, cae al suelo por tercera vez.

       Los malvados en vez de compadecerse de Él, le insultan y, entre risas, burlas y blasfemias le obligan a levantarse y a caminar hasta llegar al lugar de la ejecución. ¡Oh Jesús, amor de nuestras almas, cuanto habéis sufrido por nuestra causa! ¿Qué podemos hacer para corresponder con nuestras obras a tan excesivo amor? Os ofrecemos, Señor, nuestra vida y todo cuanto somos y tenemos, entregando todo a vuestro amor.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
  

Décima estación
Jesús es despojado de sus vestiduras

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Habiendo llegado al lugar de la crucifixión, el jefe de los esbirros ordena que le desnuden. Pero para desnudarlo, antes tienen que quitarle la corona de espinas, que le arrancaron sin compasión. Luego tratan de quitarle las vestiduras, pero estaban adheridas a las llagas que cubrían casi todo su cuerpo. Los verdugos se las arrancan sin la menor piedad y sin la más mínima delicadeza.

       ¿Quién podrá calcular el dolor que sentiría el Señor al arrancarle la ropa pegada a las heridas? Jesús envuelto en un mar de sufrimientos, manando sangre por todo el cuerpo, desnudo a la vergüenza del populacho, no puede tenerse en pie. ¡Oh, Virgen Santísima! ¿Qué sentisteis vos en el alma al ver a vuestro amantísimo Hijo sufriendo de aquella manera?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria. 


Undécima estación
Jesús es clavado en la cruz

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Ha llegado el momento supremo. Jesús es tendido en la cruz y aquellas fieras, más que hombres, le rodean y atraviesan sus manos y sus pies con gruesos clavos que taladran sus carnes produciéndole un inmenso dolor.

       Considerad, almas cristianas, el dolor que sufriría Jesús con semejante tormento. Si una picadura de alfiler nos duele tanto, ¡cuánto sufriría Jesús, que no con alfileres, sino con gruesos clavos le atraviesan manos y pies, miembros especialmente sensibles al dolor! ¡Oh, mi buen Jesús! ¿Estáis vivo todavía? Pues ¿cómo podéis soportar voluntariamente tan acerbísimos dolores? ¿Cómo es posible que nos hayáis amado hasta tal extremo?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.



Duodécima estación
Jesús muere en la cruz

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       Jesús, Rey del universo, sin más símbolo de su poder que una corona de espinas; desnudo, chorreando sangre, con las manos abiertas como queriendo abrazar al mundo entero, sin más apoyo que tres clavos donde descansa el peso del cuerpo haciendo insoportable el dolor de las heridas, pasa tres horas interminables sufriendo indecibles tormentos.

       Jesús expira... tiembla la tierra, se oscurece el sol; pártense las piedras, los muertos resucitan. Sólo el hombre, más insensible que la naturaleza, permanece indiferente ante la muerte del Creador. ¡Oh, Jesús mío! ¿Pues cómo no tiemblo y no se me parte el alma sabiendo que mis culpas te han clavado al madero de la cruz? Con la muerte de Jesús tiembla y se estremece el universo entero ¿podemos permanecer indiferentes?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.


Décima Tercera estación
Jesús condenado a muerte

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       José de Arimatea y Nicodemo le bajaron de la cruz y le pusieron delicadamente en los brazos de su Madre... la Virgen lo abraza y lo besa con indecible ternura y amor. No odio a los judíos que lo mataron. Ella sabe muy bien que no fueron ellos los que le quitaron la vida, pues recordaba las palabras de Jesús “Yo soy mi vida; nadie me la quita sino que Yo mismo la doy de mi propia voluntad...” (Jn.10,18)

       A Jesús nadie lo hubiera matado si Él no hubiera querido; su muerte fue voluntaria, por amor y la Virgen lo sabía. ¡Oh Señora mía, o Virgen de las Angustias! Si Jesús ha dado su vida por nosotros ¿no será justo que nosotros le entreguemos toda nuestra vida a Él? Ayudadnos, Virgen clemente, Espejo de Justicia; ayudadnos a corresponder a su amor y a no querer nada en el mundo más que agradarle y serle fiel.

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
  

Décima Cuarta estación
Jesús es sepultado

V/. Te adoramos ¡oh Cristo! y te bendecimos.
R/. Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

       José de Arimatea regala a Jesús su sepultura. La Virgen le da el último adiós y deja que lo sepulten. Las mujeres corren a comprar armos y ungüentos y Juan, obediente a Jesús, lleva a la Virgen Santísima a su casa. Pero María aquella noche no duerme... vela al Hijo muerto como Virgen fiel. ¿Acaso se habrá visto en el mundo, oh almas cristianas, dolor como su Dolor? La Santísima Virgen es nuestra Corredentora porque sabiendo que su Hijo entregaba voluntariamente su vida, Ella acepta que la entregue y uniendo sus sufrimientos a los de su Hijo, todo lo ofrece para gloria de Dios y salvación del género humano. María, por su dolor es más que nunca Virgen fuerte y poderosa, porque se ha asociado a Su Creador en la inmensa tarea de la Redención de los hombres. ¡Oh Virgen Santísima, Corredentora nuestra! ¿Cómo podremos agradeceros lo mucho que os debemos por haber aceptado que vuestro amantísimo Hijo ofreciera su vida por nuestra redención?

V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Oración Final

V/. Oremos: Mira, Señor de bondad, a tu familia santa, por la cual Jesucristo Nuestro Señor aceptó el sacrificio de la cruz, entregándose a sus propios enemigos; permítenos que, al contemplar los misterios de tu Pasión y Muerte, nos asociemos a gloria de tu Resurrección. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor, el cual vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R/. Amén.

V/. El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
V/. Y la bendición de Dios Todopoderoso + Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca para siempre.
R/. Amén.
V/. Podéis ir en paz.
R/. Demos gracias a Dios.



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